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El Blog de Kike Pineda

 


La creatividad humana frente al desafío de la inteligencia artificial

Desde mis primeros años como compositor, comprendí que la música no es solamente un resultado sonoro: es un proceso íntimo, una búsqueda constante de sentido. Tenía 14 años en el año 1996 cuando empecé a producir mis primeras canciones, con una computadora de apenas 16 MB de memoria RAM, una tarjeta integrada de sonido de sound blaster y un micrófono de escritorio de los años 90' y parecía la voz que se grababa como si fuera un pequeño megáfono. En mi adolescencia me vi rodeado de los discos y cassettes que compraba con las propinas que ahorraba y luego me iba a las tiendas de música que había en el Parque Kennedy de Miraflores en Lima Perú. Luego, empecé a dar forma a mis primeras canciones. Mi habitación se convirtió en un laboratorio creativo en el que convivían la pasión, la paciencia y la incertidumbre.

 

A lo largo de mi camino, he tenido la oportunidad de producir canciones para mí mismo y para otros amantes de la música. En cada experiencia confirmé algo esencial: el verdadero motor de la creatividad es la sensibilidad humana. Es la emoción la que da vida a la melodía, la memoria la que alimenta la letra, y la vulnerabilidad la que convierte una experiencia personal en un mensaje universal. Hoy, sin embargo, nos encontramos frente a un fenómeno que plantea un desafío radical: la irrupción de la inteligencia artificial en el mundo del arte. Lo que algunos presentan como un horizonte prometedor, también puede interpretarse como una amenaza silenciosa, una suerte de adormecimiento de la creatividad humana en nombre de la inmediatez y aparecieron Google Magenta (2016): Proyecto de Google que empezó a usar redes neuronales para generar música y arte. Uno de sus primeros demos fue NSynth, que creaba nuevos timbres mezclando sonidos. Sony CSL (2016): El laboratorio de Sony Computer Science Labs presentó Flow Machines, una IA que compuso canciones como Daddy’s Car en estilo de los Beatles. AIVA (Artificial Intelligence Virtual Artist) (2016): Lanzada en Luxemburgo, fue reconocida como la primera IA registrada oficialmente como compositora en una sociedad de autores. Amper Music (2017): Plataforma comercial que permitía a creadores generar música original con IA para videos y proyectos audiovisuales.

 

El filósofo alemán Martin Heidegger, en su ensayo La pregunta por la técnica, advertía que la tecnología no es neutral: puede llegar a encuadrar nuestra forma de ver y habitar el mundo. En ese sentido, la inteligencia artificial aplicada al arte no es solo una herramienta, sino también una nueva forma de condicionar la manera en que concebimos la creatividad. Nos arriesgamos a que lo espontáneo y lo humano se vean desplazados por lo automático y lo programado.

Theodor Adorno, otro pensador fundamental, señalaba que el arte verdadero debe resistirse a la estandarización y a la producción en serie. En un mundo donde las máquinas pueden generar canciones “al estilo de” un artista en cuestión de segundos, cabe preguntarse: ¿qué sucede con la autenticidad?, ¿qué lugar le queda al error, a la imperfección y a esa chispa irrepetible que convierte a una obra en única?

No se trata de rechazar la tecnología en sí misma. Como afirma el filósofo español José Ortega y Gasset, el ser humano siempre se ha servido de herramientas para expandir sus posibilidades. El riesgo está en olvidar que la herramienta no debe reemplazar la experiencia vital que da origen al arte. Una computadora puede generar sonidos, pero no puede sentir el vértigo de una noche de inspiración, ni el peso de un silencio que antecede a la creación.

La tarea, entonces, es doble. Por un lado, debemos educar a las nuevas generaciones para que no confundan la facilidad con la autenticidad. Por otro, es responsabilidad de los artistas defender la experiencia creativa como un acto humano, irrepetible y profundamente ligado a nuestra condición de seres sensibles.

La creatividad es un músculo que necesita ejercitarse. Si lo dejamos en manos de algoritmos, corremos el riesgo de atrofiarlo. Y con ello, perderíamos mucho más que arte: perderíamos una de las dimensiones más profundas de nuestra humanidad.

 

Como sociedad, debemos preguntarnos qué legado queremos dejar. Si permitimos que la cultura se convierta en un espejo vacío producido por máquinas, estaremos renunciando a la riqueza de lo humano: a nuestras contradicciones, a nuestra fragilidad y a nuestra capacidad de encontrar belleza en lo imperfecto.

El futuro puede estar acompañado por la tecnología, pero nunca debe ser definido por ella. El arte, en todas sus formas, seguirá siendo un espacio de resistencia y de autenticidad. Sigamos componiendo, escribiendo y creando desde nuestra vulnerabilidad y nuestra pasión. Solo así podremos garantizar que la llama de la creatividad humana no se extinga frente al frío resplandor de las máquinas.